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Palabra de la CPAL Agosto 2017

16/08/2017


"Ser Verdaderos Amigos en el Señor"
 

El mes pasado escribí este compartir sobre la centralidad de nuestra experiencia cotidiana de oración, de celebración eucarística, de examen de consciencia constante, y sobre la importancia de dejarnos acompañar en los caminos del Espíritu. Efectivamente, sin dar espacio para Cristo hacerse presente activamente en nuestras vidas no seremos “cristianos” y sin una relación diaria, personal, profunda con Jesús (en oración y celebración) nuestra vida no es jesuita. Nos lo dice la CG 36: “si olvidamos que somos un cuerpo, unidos en y con Cristo, perdemos nuestra identidad como jesuitas y la capacidad de dar testimonio del Evangelio. Más que nuestras competencias y habilidades, lo que da testimonio de la Buena Noticia es la unión entre nosotros y con Cristo” (n. 7).

Quiero ahora referirme a esa última frase: ­ Participé en la última semana en las asambleas provinciales de Colombia (julio 21 al 23) y Brasil (julio 25 al 27). Fueron eventos muy diferentes: el primero menor en número de participantes y con una representación más variada y rica (muchos laicos: hombres y mujeres) de los diferentes miembros del cuerpo apostólico que caminan en esa esquina norte del continente; el otro con una participación maciza de jesuitas (347) en la casa de Itaicí, cerca de Sao Paulo. Fueron dos momentos breves, pero profundos y ricos en el encuentro de hermanos y hermanas, todos colaboradores de la única misión que tenemos: la reconciliación en la justicia de evangelio.

Aquello que más me impresionó en estos dos eventos fue el cariño con que nos encontramos unos con otros. Fue grato y consolador ver los amigos y amigas, sentir los abrazos, escuchar las risas, ser testimonio de un ambiente de alegría, de entusiasmo; no sólo de camaradería, sino de verdadera fraternidad entre nosotros. Por supuesto que hay algunas personas a las que les cuesta más manifestar ese cariño o dejarse querer; pero eso no significa que no hayan disfrutado el encuentro. Hay otras que tienen en su historia relaciones difíciles con colegas, o que sienten que posiciones ideológicas y opciones vitales les distancias de tal o cual compañero; pero se sienten profundamente unidos al cuerpo. Algunos pocos se sentían incómodos con la presencia de tantos laicos (hombres y mujeres) en un ambiente que tradicionalmente era reservado para los jesuitas.

Estoy convencido, sin embargo, que todas las personas que allí estábamos terminamos experimentando esos encuentros como expresión privilegiada del CUERPO APOSTÓLICO que somos, y sintiendo, más que nunca, que juntos somos y podemos más, que nos necesitamos; que la figura magnífica del cuerpo “que siendo uno tiene muchos miembros con funciones distintas” se aplica también a esta mínima Compañía de Jesús, así compuesta.

A todos los colaboradores (jesuitas y no jesuitas) de Colombia y de Brasil mi agradecimiento por su acogida y su testimonio. Esta experiencia de “querernos bien”  -en medio de nuestras fragilidades y limitaciones- debe ser contemplada y apreciada como un verdadero don de Dios. Al lado de la intimidad cotidiana con Jesús, es presentada por la Congregación General 36 como el primer y principal testimonio que estamos llamados a dar, fuente y expresión suprema de nuestra vocación.

Toda otra actividad nuestra en el servicio a los demás, por más sacrificada, generosa y cualificada que sea, perderá todo su verdadero brillo y valor si estas dos premisas no están presentes en nuestra vida.

Por eso, habiendo sido testigo de la belleza que constituye el “encuentro de hermanos”, y reconociendo, a la vez, las dificultades ordinarias que tenemos para relacionarnos, para escucharnos, para aceptarnos, para darnos tiempo, para apreciar el aporte y las ideas de otros, para comulgar con sus maneras de ver y sentir las cosas antes de juzgarlas, etc., creo que vale la pena volver a preguntarnos: ¿escuchamos con el corazón lo que dice la CG 36? ¿nos dejamos positivamente cuestionar y alimentar por esa palabra? ¿ofrecemos lo mejor de nosotros mismos para –con la ayuda del Espíritu- vivir nuestra vocación con la profundidad, conciencia y calidad con la que estamos llamados a hacerlo? ¿Nuestra relación con las personas con las que vivo -mis prójimos- es expresión discernida y evangelizada de mi fina relación con el Señor Jesús en la oración, en la celebración, en el examen?

Así como ya nos ayudamos en algunas dimensiones y queremos seguir creciendo en esa colaboración entre sectores y provincias, ayudémonos uno a uno, personalmente, para renovar “la unión entre nosotros y con Cristo” (CG34, Dd1, n7).
 

Roberto  Jaramillo, S.J.
Presidente CPAL

 

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